martes, 18 de noviembre de 2014

Bitácora de mi salida del país. Las razones - Marialejandra Chuy

Damos la bienvenida a la Abogado Marialejandra Chuy a nuestro espacio "Venezolanos en el exterior", quien nos da a conocer los motivos que la impulsaron a emigrar de Venezuela.
 
 
«...Haré todo lo que esté a mi alcance para despertar las conciencias y llevar lo que pasa en Venezuela fuera de nuestras fronteras»
 
 
Aterricé en la realidad el pasado febrero de 2014. Desde los 7 años creí en la fuerza de las voces que se alzan para luchar por los derechos fundamentales de quienes atentan contra ellos. Fui a la universidad convencida de que la Constitución y la ley eran lo suficientemente fuertes como para impedir los abusos y que ante ellos, siempre estaría yo allí de pie para defender a los débiles jurídicos. El primer regalo de mi padre al empezar mis estudios fue «El Alma de la Toga» de Angel Osorio y con él vi por vez primera la diferencia ente el Abogado y el Licenciado en Derecho que no entendí del todo, porque finalmente en mi país al graduarte en Derecho el título recibido es de “Abogado” y no de “Licenciado”. Pasaron años de estudiar el deber ser y, a medida que avanzaba en el estudio de mi carrera profesional, más me percataba de la gran brecha que existe entre el deber ser y el ser. Estando en mi tercer año de carrera decidí que era hora de encaminarme hacia lo profesional, y conseguí mi primer trabajo en el Tribunal Superior Sexto de lo Contencioso Tributario. Coincidieron entonces mis estudios de Finanzas Públicas con mi trabajo en el Tribunal y empecé a vislumbrar entonces la diferencia entre ser “Licenciado en Derecho” y ser “Abogado”; Angel Osorio tenía razón, sí que hay una gran distinción entre ellos.
Las noticias en los periódicos y en los canales de televisión avisaban de una crisis política que atentaba contra la seguridad jurídica, la economía y otros muchos aspectos que envuelven a la sociedad venezolana y entonces empezó mi interés particular en la política, asistí a las marchas estudiantiles que reclamaban al gobierno el respeto a los derechos particulares, pero siempre me mantuve al margen, nunca involucrándome demasiado. Sucedió lo inevitable, me gradué y comencé mis estudios de posgrado en Derecho Administrativo: todos mis pensamientos acerca de “mantener mis opiniones al margen” convulsionaron luego de ver clases con catedráticos como José Ignacio Hernández, Gustavo Grau, Luis Alfonso Herrera, entre otros. Escuchar a un Administrativista afirmar que el Derecho Administrativo no existe en Venezuela revolucionó todas mis ideas silentes; de manera que empecé a levantar la voz y a opinar con relación a las políticas adoptadas por el gobierno venezolano liderado en ese momento por el fallecido Hugo Chávez.

Llegar a la Alcaldía del Municipio Chacao me abrió las puertas a nuevas labores sociales y especialmente me abrió camino a un ambiente libre, donde se podía opinar abiertamente y donde se debatían las posiciones y las ideas productivamente. Esto me dio nuevas esperanzas: me hizo pensar o sentir –quizás utópicamente- que todavía había posibilidades de cambio, de rescatar al país del abismo donde se hundía cada vez más rápidamente. Tanta gente pensando lo mismo que yo sólo podía significar que el cambio llegaría. No fue así, los últimos comicios electorales acabaron con la fe de muchos en nuestro sistema electoral y especialmente en nuestro futuro como país: empecé a ver cómo toda la gente inteligente, capaz, profesional, con ansías de crecimiento y desarrollo, renunciaban y con maletas en manos emprendían un último viaje a Maiquetía para huir del país. Aún me pregunto si los volveré a ver. Yo continué unos meses más aferrada a la idea de que Venezuela despertaría más temprano que tarde y empezaríamos a reconstruir el país que nos destruyeron como con alevosía.

Pasó el primer año de mandato del nuevo presidente Nicolás Maduro y las malas señales se hicieron más evidentes que nunca: un sueldo que no alcanzaba para cubrir lo mínimo elemental, hospitales sin insumos, farmacias sin medicinas, mercados sin comida básica, jóvenes profesionales sin oportunidades de hacerse de un hogar, índices delictivos en rojo, la libertad de expresión en decadencia y discursos presidenciales incitando más y más a la violencia. Y yo aun creyendo en mi pueblo, en que el cambio ya venía, de un modo u otro.

Pero entonces la realidad se estrelló contra mí y mis ideas de cambio se desmoronaron por completo:

En primer lugar, la inseguridad tocó a la puerta de mi casa tres días seguidos (nos robaron saliendo de la farmacia donde comprábamos medicinas para mi mamá y pasamos más de 6 horas en el CICPC poniendo la denuncia, casi un año después el caso no tiene respuesta; asaltaron y dispararon en el Centro Médico donde mi hermano y mi mamá se encontraban en consulta preoperatoria para mi mamá; y la noche siguiente a mi hermano lo quisieron asaltar –si, nuevamente- saliendo de la universidad).

En segundo lugar, leer la prensa en mi oficina se convirtió en una actividad de un par de minutos cuando las empresas se vieron obligadas a reducir los cuerpos de los periódicos por falta de papel, fui a Por Todos los Medios de Luis Chataing y a la última obra de Laureano Márquez y no pude parar de llorar durante ambas presentaciones, el humor es la pequeña herramienta qué aún queda en mi país para pintar la realidad que vivimos y pedir cambios, aun insisto en que esos monólogos deberían ser dados en la Asamblea Nacional; y el colmo de la libertad de prensa llegó cuando me percaté que sólo podía acudir a CNN o canales vía web para enterarme de los acontecimientos del país, dejamos que se nos desplomara la libertad de expresión.

Entonces aterricé en la realidad. Jamás olvidaré el pasado febrero de 2014, cuando estuve en la marcha convocada por Leopoldo López hacia el Ministerio Público. Aún me da escalofríos pensar en los mensajes de mi mamá acerca de las detonaciones en Parque Carabobo de las que se enteró gracias a los tweets de El Universal (en los canales de televisión no reportaban nada): yo estaba ahí, yo pude ser el Bassil DaCosta de ese día, yo vi a los motorizados armados ir y venir entre las filas de la GNB como si fuesen parte de la misma fuerza; todavía le agradezco a Dios haber cuidado de mi vida y de la vida de quienes me acompañaban ese día.

Entre las primeras manifestaciones llegó el 18 de febrero de 2014. Luego de pedir incesantemente que nos dejaran asistir a la nueva marcha convocada por Leopoldo López, nos dieron permiso en la oficina. Habíamos estado donde cayó muerto Bassil y sentíamos más que nunca que era momento de luchar. Teníamos esa idea de que el mundo entero tenía la vista puesta sobre Venezuela, sobre lo que teníamos para decir y las razones que nos llevaban a exigir un cambio. Además, el punto de salida de la marcha era en nuestro Municipio, a una cuadra de la Alcaldía, se sentía como un deber moral ir allí y ser parte de ese sentir nacional que te obliga a gritar que quieres que te respeten los derechos.

No lo voy a negar, desde temprano se sentía la tensión en el ambiente. Chacaíto amaneció acordonado por la Policía Nacional, las tanquetas de la Guardia y los motorizados estaban por todo el Municipio Chacao. La tensa calma indicaba que no sería un día normal. Desde ese día nada fue normal. Llegamos todos vestidos de blanco a la oficina, de alguna forma el blanco se volvió el color oficial para las marchas. Y luego de trabajar insaciablemente toda la mañana, a mediodía nos enrumbamos a la concentración de la oposición. Entonces pasó lo impensado: Ante lo que estos hechos podían desencadenar, Leopoldo López decidió entregarse a las autoridades. Todavía me pregunto cómo podría un hombre confiar en la justicia secuestrada por el Ejecutivo Nacional. Nos mandaron a volver a la oficina, era muy peligroso estar en la calle en opinión de mi entonces jefe. No existen palabras para describir lo que vimos ese día, lo que sentimos ese día. Cómo la ola de gente persiguió el vehículo donde se llevaban a Leopoldo y cómo esa porción del pueblo se solidarizaba y sufría con lo que estaba pasando. Para muchos esa aprehensión significó el final de la lucha, para otros significó que ésta estaba más viva que nunca.

Todo lo que vino desde ese día fue deprimente. El país caía a pedazos y la gente no aguantó más: empezaron meses de protestas incesantes. No eran sólo estudiantes. La cólera era masiva, desde niños hasta ancianos, pobres y ricos, todos tenían algo por lo cual alzar la voz. Y, si me preguntan a mí, nadie fue escuchado. Al contrario, vinieron las represiones, los arrestos, los muertos, las cadenas presidenciales que tapaban los momentos de mayor estallido de violencia, y el silencio mediático. La realidad nuevamente me golpeó de frente cuando viviendo en El Cafetal viví la violencia de los motorizados llamados “Colectivos”, vi los abusos de la Guardia Nacional Bolivariana destruyendo propiedad privada y fui víctima de los gases lacrimógenos. Dejé mi carro (que con tanto esfuerzo y sudor de 2 años de trabajo logré comprar) en Maracay, mi pueblo natal, en casa de mis padres, por miedo a que la Guardia Nacional lo destruyera como hizo con muchos otros y me acostumbré a la idea de andar en transporte público. Ante la inseguridad conté con gente maravillosa que me llevaba a casa por las noches luego de la jornada laboral, hasta que un día no pude regresar al trabajo. Casi una semana sin poder asistir a la Alcaldía a causa de las protestas que exigían mejorar nuestro sistema, válidamente desde mi punto de vista.

Intenté ayudar a los estudiantes detenidos y la respuesta fue una sola de parte de las autoridades: intentar defenderles legalmente suponía ir detenida también. La represión y la violencia fueron física para ellos y psicológica para los que estando del lado de la ley intentaban ayudar: No hay records de ello. Me di cuenta entonces que no habría fuerza legal, nacional ni internacional, que ayudara a Venezuela y, con una creciente violencia e intolerancia de parte de nuestras autoridades, además del constante temor a ser detenido o lastimado sin razón, llegó el momento de partir.

Hice todos mis trámites para estudiar fuera del país, quizás confiando aún en que para cuando finalizara mis estudios, el país estaría en vías de reconstrucción y yo podría volver sin miedos ni amenazas.

No renuncié al trabajo que amé por dos años y medio sino hasta último momento, no pude finalizar mis dos especializaciones de posgrado, y me despedí de mis amigos y de la capital de mi país a la que le agradezco mi educación universitaria y mis logros personales y profesionales. No podré olvidar jamás todo lo que sentí al manejar la ARC por última vez de regreso a la ciudad donde mis padres me vieron crecer. Dejé para el último momento hacer las maletas. Finalmente, estando todo listo, me despedí de mi mascota; él sabía desde temprano que algo pasaba, que tantas maletas y ropa significaban algo y podría jurar que sentí su tristeza cuando lamió las lágrimas que salieron de mis ojos al decirle adiós (aún no sé si tendré oportunidad de volver a abrazarlo). Llegamos al famoso pasillo de Maiquetía la madrugada del 6 de julio de 2014. Mi mamá, mi hermano menor, su novia, mi segunda madre Mafer, la familia de Jorge y mi primer amor universitario: todos estuvieron allí para decirme adiós. En palabras de Rayma, la gestión de gobierno llegó a mí también y me obligó a salir del país que me vio nacer. Todavía puedo sentir el último abrazo de mi familia; espero que Dios me dé la dicha de verlos nuevamente en nuevos horizontes.

Hoy, tengo casi 4 meses fuera del país viviendo con las uñas. Desde mayo de 2014 estoy esperando la aprobación de mis divisas estudiantiles por parte del hoy CENCOEX; mi vuelo de regreso a Venezuela fue cancelado por la aerolínea debido a la deuda que el gobierno venezolano mantiene con la misma; al no tener trabajo en Venezuela ni siquiera es pensable acceder al mercado negro para adquirir dólares y mi visa estudiantil no me permite trabajar para costear mis gastos. Más sorprendente aún, esa sensación de que Venezuela está en la mira del mundo es solo eso, una sensación; me ha sorprendido tremendamente cómo los ciudadanos de a pie del mundo entero desconocen por completo lo que vivimos los venezolanos en nuestro país.
 
Aun así, siento que Dios ha estado de mi lado desde el principio: he contado con el apoyo de personas maravillosas que me han ayudado (ustedes saben quiénes son), la institución donde estudio se ha visto solidaria conmigo con relación al pago de mis estudios y hasta la señora donde vivo me ha ayudado en todo lo que ha podido. Ahora más que nunca, por mi futuro y el de mi familia es necesario seguir adelante y así sea a distancia considero un deber moral alzar la voz al mundo para decir que es suficiente de desmoronar el país como lo están haciendo. Yo haré todo lo que esté a mi alcance para despertar las conciencias y llevar lo que pasa en Venezuela fuera de nuestras fronteras. Me gradué de Abogado (y no soy una sencilla Licenciada en Derecho) y mis principios me acompañan a dónde sea que vaya, de manera que pediré y reclamaré justicia desde donde esté por los medios que consiga para hacerlo. Dios bendiga a Venezuela y que como el Fénix, nos permita resurgir de nuestras cenizas cuando todo haya acabado.-
 

martes, 30 de septiembre de 2014

El exilio desde adentro - Ana Irina Rodríguez

Damos la bienvenida a Ana Irina Rodríguez a No Hay Fronteras, quien desde "El exilio desde adentro", comparte con nosotros sus consideraciones acerca del fenómeno migratorio venezolano.
 
 
«Que allá a donde hayan ido sepan ser todo lo que en Venezuela sentían que no podían. Que no sean eso de lo que huyeron y merezcan sentirse parte de lo que podremos ser un día, después que nos superemos a nosotros mismos».
 
 
Nombre: Ana Irina Rodríguez
Edad: 34 años
Profesión: Chef y Comunicadora Social
Nivel de estudios: Universitarios y técnicos
Lugar de nacimiento: Caracas
País de residencia: Venezuela
 
¿Qué opinas acerca del fenómeno migratorio en Venezuela? 
Es consecuencia lógica de la grave situación socio-económica que atraviesa el país. Está en la naturaleza del ser humano tomar decisiones que apunten a su bienestar y desde ese punto de vista es absolutamente razonable que las personas se orienten en sentidos que representen mayor esperanza al incremento de su calidad de vida. Nadie va a preferir estar donde las probabilidades de desarrollarse o mejorar luzcan imposibles, teniendo la posibilidad de elegir o intentar otro camino (con todas las dificultades que la decisión implique). Y si sumamos a eso los índices de violencia y muerte a manos del hampa, podríamos hasta decir que quien decide irse está sencillamente aferrándose a la vida en su acepción más sana, ya que quienes continuamos en Venezuela vivimos prácticamente cercados por la probabilidad de acabar como una estadística trágica más.

¿Consideras que es beneficioso o perjudicial para el país?
Perjudicial. Pero cuando un concepto tan abstracto como puede ser el concepto de nación compite en orden de prioridades con la propia sobrevivencia, pierde sostenibilidad la consideración.

Durante los últimos 15 años, ¿has tenido que despedir a familiares y/o amigos que se han marchado de Venezuela? ¿Mantienes el contacto con ellos? ¿Qué opinas acerca de su decisión de emigrar?
Familiares no. Amistades sí. Mantenemos contacto, pero la verdad es que la distancia coloca el vínculo tras una especie de vitrina, donde el afecto sigue intacto, pero el alcance del compartimiento queda suspendido en un hilo cuyo tejido pierde cierta trama ante las limitaciones y conformidades que obliga la distancia. Te alegras, por supuesto, cuando sabes que múltiples oportunidades y metas de la persona pasaban por irse, o cuando percibes que está feliz en su decisión. Te preocupas cuando piensas en la complejidad de tener kilómetros distanciándote de tus afectos. Especialmente en éstos últimos tres años, que las condiciones del país han colocado la decisión en un estatus muy similar al de la huida de un refugiado, donde personas que jamás hubiesen deseado irse deben hacerlo por necesidad de tratarse de un problema de salud imposible de solventar en el colapso de nuestro sistema de salud, o porque han sufrido episodios traumáticos con el hampa y no desean exponerse a una próxima embestida. En esos casos, la decisión es particularmente dolorosa. Opino que la decisión de emigrar es un acto absolutamente soberano y complejo  que, como tal, no admite juicio. Porque cada cual está en el derecho de decidir el entorno que condicionará su existencia.

¿Cómo está siendo la experiencia de vivir en Venezuela cuando una parte importante de la juventud desea irse del país?
Es desoladora. Sobre todo porque con desarraigo se complica muchísimo construir lo que viene haciendo falta como base común. Y bueno, también da mucha tristeza sondear la idea de un país con la esperanza tan comprometida.

¿Te plantearías irte de Venezuela?
No he dejado de hacerlo en los últimos 10 años. Pero las necesidades diarias e imprevistas han postergado siempre mi plan.

¿Crees que la idea de emigrar y elaborar un plan migratorio resulta fácil encontrándote en Venezuela? 
Para nada. Comenzando por el hecho de que ahorrar aquí es casi imposible y en ese factor económico siempre se ve comprometida  la solidez del plan. A eso hay que sumarle otras múltiples complicaciones desprendidas de acciones de Gobierno y Estado como son el control de divisas, la burocracia del papeleo, la inestabilidad en el manejo de ciertas relaciones diplomáticas, las limitaciones con las aerolíneas, etc.  Si emigrar dependiera sólo de las ganas, hace varios años que ya no estaría aquí.  Sigo trabajando en la forma.

¿Vives con cierta frustración la actual situación venezolana? ¿Sientes impotencia y ganas de hacer algo por el país?
Frustración e impotencia son los apellidos de nuestra nacionalidad actualmente. Hago cosas por el país a diario. Cosas como respetar la ética de cada profesión que he ejercido, desarrollar  mi trabajo con amor y dedicación. Cosas como no justificar ni sumar esfuerzo a las acciones que nos carcomen moralmente como nación. Cosas como cambiar lo que me es posible cambiar de forma positiva en mi entorno. No hay una forma única de “hacer país”.

¿Hubieses pensado verte en esta situación hace algunos años?
La magnitud exacta de nuestra crisis social hoy, dejó corta cualquier expectativa imaginable en el pasado. Pero nuestro país lleva mucho más de 15 años cabalgando una crisis moral inconmensurable. Por lo cual es lógico considerar que en algún momento las consecuencias nos alcanzarían.

Por último, un mensaje dirigido a los venezolanos que han emigrado:
Que allá a donde hayan ido sepan ser todo lo que en Venezuela sentían que no podían. Que no sean eso de lo que huyeron y merezcan sentirse parte de lo que podremos ser un día, después que nos superemos a nosotros mismos.-

miércoles, 24 de septiembre de 2014

[Testimonios] Venezolanos en el exterior - Juan Vicente Ayala

Hoy los invitamos a leer el testimonio de Juan Vicente Ayala, venezolano radicado en EE.UU., quien nos narra su experiencia como emigrante.
 
 
«Sean consistentes con sus actitudes e intenten en su experiencia afuera ser siempre el ejemplo de venezolanos que queremos que un día sean los que viven en el país.»

Playa "Siesta Key", Sarasota. Fuente: pbfingers.com
 
 
Nombre:  Juan Vicente Ayala Millán
Edad: 29
Profesión: Periodista, latinoamericanista, traductor, lingüista, profesor de español, acordeonista, cajón de inutilidades...
Nivel de estudios: Posgrado
Lugar de nacimiento: Caracas, Venezuela

País de residencia: Estados Unidos
 
¿Cómo nace la idea de emigrar?
No emigré de una Venezuela destruida, pero sí de una en la cual el augurio pesaba ya como una sombra amenazante que muchos ignoraban y otros preferían ignorar. Mi madre es ciudadana estadounidense -nació aquí en tiempos en los cuales a ningún venezolano le importaba tener un pasaporte gringo- y mi familia se planteó la emigración como una experiencia práctica con retorno a corto/mediano plazo  para adquirir nuevas experiencias, conocer un poco más del mundo y finiquitar la ciudadanía mía y de mi hermana, que por razones burocráticas no había podido gestarse.
 
¿Trabajabas en el momento de tomar la decisión de marcharte?
No, apenas estaba graduándome de bachillerato, presentando pruebas universitarias y todo eso. Para mí, fue una decisión adolescente, promulgada en cierto modo por la sensación muy de nuestra juventud de que todo afuera era mejor y más "chévere".

¿Te costaba encontrar trabajo en tu área? ¿Eran buenas las condiciones económicas?
Como dije, no trabajaba aún; sin embargo, puedo decir que estaba a punto de emprender estudios en una profesión que no era ni mi pasión ni mi talento, y en la cual quizá pude haberme desempeñado bien, pero cuya elección era casi exclusivamente una de "poner los pies sobre la tierra y estudiar algo con lo que se pueda vivir". A eso me obligaba Venezuela en aquel momento.

¿Cómo está siendo la experiencia de vivir y trabajar fuera de Venezuela?
Ya son once años de mi venida y ha sido una década llena de altibajos. Debo confesar que, quizá por ser mayor de edad y no un niño, fue fuera de Venezuela donde conocí lo que significa "crisis" y "pasar trabajo". La debacle económica estadounidense del 2007 en adelante le dio muy fuerte a los planes de mis padres, que no son ningunos muchachitos tampoco, y toda la experiencia ha sido una de constante -y cuando digo constante digo 24/7/365- esfuerzo y sacrificio para lograr mantenernos a flote, pero aquí estamos.

¿Consideras que las condiciones, tanto laborales como sociales,  son mejores en tu actual lugar de residencia?
Yo no puedo quejarme de mi situación en los Estados Unidos; aquí he encontrado un trabajo sólido en el campo que estudié y aparte de las facilidades materiales, se obtiene una seguridad personal que es el factor principal por el cual mi familia y yo nos mantenemos acá. Materialmente gozamos de muchas cosas que allá en Venezuela es casi imposible obtener; sin embargo, no considero que socialmente esté mejor en Estados Unidos: es un país donde todo gira en torno al trabajo, y aunque a primera vista este planteamiento  parezca positivo, es difícil conseguir un estilo de vida acá donde se balancee el ser productivo con el ser persona, familiar, amigo. Es un país grandioso pero implacable, donde muchas veces se termina uno pareciendo a un hámster que se monta en una rueda para hacer que le caiga un pedacito de queso y pueda comer.
 
¿Echas de menos Venezuela? Si es así, ¿qué es lo que más añoras?
Sin lugar a dudas, mi familia y mis amigos. Vengo de familias grandes con lazos fuertes y de amigos que son familia y con quienes hay más lazos aún. Siempre medito sobre el hecho de que la emigración es un fenómeno comparable a que hayan desaparecido -queriendo decir muerto- la gran mayoría de los seres a quien conocemos. Si bien puede decirse lo mismo desde el punto de vista de quien se queda, creo que es más sencillo extrañar a cuatro peregrinos que se fueron a extrañar prácticamente todos los rostros que formaron parte de tu pasado. En ambos casos, se trata de un sacrificio enorme. Daría mucho de lo que tengo actualmente por la posibilidad de compartir una vida cotidiana con mis tíos, primos y amigos. Ya eso, sin embargo, me es utópico.

¿Qué es lo que más te gusta de tu actual lugar de residencia?
La seguridad. Poder manejar a cualquier hora, noche, madrugada, lluvia, sol, sin que me pase en el más mínimo instante el pensamiento de que alguien, por puro capricho, puede herirme o quitarme la vida. También me gusta y valoro inmensamente la pluralidad cultural, factor que considero el principal motor de madurez y crecimiento de todo el que emigra. Estar en contacto con otras culturas y aprender sobre ellas ha sido por mucho lo más positivo de mi experiencia como emigrante y me ha permitido incluso entender mejor mi (nuestra) propia idiosincrasia.

¿Y lo que menos te gusta?
La banalidad, que si bien es un problema global, emerge en este país y se exporta con velocidad y éxito espeluznante. En Estados Unidos se encuentra uno de todo, desde lo más virtuoso hasta lo  más bochornoso. Es un país de maravillas evidentes y miserias disfrazadas, donde si uno pierde la ilusión del que queda deslumbrado ante la cantidad y la variedad, empieza a darse cuenta de que todo país, por muy "primer mundo" que sea, tiene sus zonas podridas.

Si las cosas estuvieran mejor ¿te plantearías volver a Venezuela?
Definitivamente; y quiero recalcar que con "estar mejor" podría referirme puntualmente a la inseguridad y el nuevo fenómeno de la escasez. No digo que sea sencillo vivir con todos los otros embrollos de nuestra sociedad, pero esos dos son los principales por los cuales no me planteo un regreso para mí o mi familia.

¿Consideras positiva tu experiencia actual?
Al poner todo en una balanza, sí, definitivamente y a pesar de todo. Pienso que he podido aprender tanto que simplemente no sería la misma persona si me hubiese quedado en Venezuela. En estos momentos mis preocupaciones principales yacen con el porvenir de mis padres, quienes considero que se merecerían el que yo les pueda decir "misión cumplida, vuelvan a casa". El asunto es que ya no hay casa a la cual volver, y eso, por más bien que a uno le vaya afuera, es muy jodido de admitir.

¿Vives con cierta frustración la actual situación venezolana? ¿Sientes impotencia y ganas de hacer algo por Venezuela desde tu actual residencia?
Como he dicho: definitivamente. Ver resquebrajarse el lugar que llamaste hogar y donde están tus vivencias, tus familiares y ancestros no es nada fácil. La esperanza es a veces la peor de las ilusiones: durante estos 11 años, cada elección, cada proceso y cada suceso que nos ilusionó con que la situación venezolana podría mejorar, terminó en fracaso y desilusión.

¿Hubieses pensado verte en esta situación hace algunos años?
Lo más triste es que sí. Cuando nos vinimos en el 2003, en el fondo yo sabía que no era una cuestión superflua. El 11 de abril, el paro petrolero, el discurso oficial lleno de odio y exclusión, todo eso me sirvió para de algún modo comprender que lo que venía en Venezuela no sería juego de niños. Recuerdo que el día que instauraron el control de cambio -apenas semanas antes de venirnos- desperté a mis padres desesperado, paranoico ante la inminente aplicación de medidas totalitarias en Venezuela comparables a Rusia comunista y Cuba. Aunque tomó su tiempo, y aún no llegan a la misma intensidad -espero nunca lo hagan- , los tiempos actuales confirman, por desgracia, mis temores.

Por último, un mensaje dirigido a quienes están pensando en la posibilidad de emigrar:
Emigrar en tiempos como los actuales es una necesidad y una decisión. No dejen que nadie intente convencerles de que se vayan o se queden si no quieren hacerlo, pues al final son sólo ustedes quienes podrán afrontar los retos que vienen sea cual sea su decisión final. También es importante recordar que aunque se vayan lejos, aunque no vuelvan en años, y aunque no quieran admitirlo, no dejarán de ser venezolanos. Aunque sea difícil, no renieguen, no tiren la puerta, no hablen mal del país que hoy -y sí, quizá desde hace mucho- está malherido y no nos puede dar lo que exigimos, porque no sabemos cuándo necesitaremos de él, o él de nosotros. Conozco mucho emigrante que exuda un resentimiento muy fuerte hacia Venezuela, pero de algún modo aún se beneficia de sus bonanzas (CADIVI, mercado negro, negocios que dejaron funcionando allá, quién sabe qué), y esos personajes me inspiran profundo recelo. Sean consistentes con sus actitudes e intenten en su experiencia afuera ser siempre el ejemplo de venezolanos que queremos que un día sean los que viven en el país.-

miércoles, 17 de septiembre de 2014

El exilio desde adentro - Paola Delgado

Damos la bienvenida a "El exilio desde adentro" a Paola Delgado, abogado residente en Caracas, quien comparte con nosotros su punto de vista acerca de la diáspora venezolana.
 
 
«Creo que son muy valientes. Que no hay edad para emigrar y que tomar la decisión y ejecutarla requiere de una valentía que no a todos nos ha llegado».
 
 
Nombre: Paola Delgado Díaz
Edad: 32
Profesión: Abogado.
Nivel de estudios: Egresada de la UCAB (2006) con Posgrado en Derecho Corporativo UNIMET, Estudios superiores en Arbitraje y Medios Alternativos de Resolución de Conflictos en la UCAB, Universidad de Salamanca y Harvard University.
Lugar de nacimiento: Maracaibo
País de residencia: Venezuela.
 
¿Qué opinas acerca del fenómeno migratorio en Venezuela? 
Que es alarmante la cantidad de gente –de todas las edades- que se ha ido, que se está yendo y que se va pronto. La mayoría son personas profesionalmente calificadas que le han sido mermadas sus condiciones de desarrollo profesional y económico, por cierre de empresas, expropiaciones, el control del estado de sectores productivos donde no se da cabida a la empresa privada, o la usencia total de incentivo a determinadas actividades económicas –por nombrar algunas-  y por otro lado,  jóvenes que no ven luz con esta situación-país, e incluso familias enteras con posibilidades económicas y negocios andando y produciendo  aquí, pero que han sido víctimas de la inseguridad agobiante en la que vivimos, o que  la amenaza de ser parte de las estadísticas es cada vez más cercana.

¿Consideras que es beneficioso o perjudicial para el país?
Evidentemente perjudicial porque se está yendo gran parte del capital humano del país que no comulga con las políticas de gobierno, y a éste último le importa nada retenerlos. En nada puede beneficiar a una nación que su gente se vaya, cuando la crisis económica, social y política amerita una lucha que se debería dar en conjunto como país, aunque suene utópico.
Pero cuando es precisamente esa crisis la causa de las despedidas, es absolutamente entendible y respetable.

Durante los últimos 15 años, ¿has tenido que despedir a familiares y/o amigos que se han marchado de Venezuela?
Más de los que hubiese imaginado, y entre el año pasado y lo que va de este, más de los que hubiese querido.

¿Mantienes el contacto con ellos? ¿Qué opinas acerca de su decisión de emigrar?
Sí. Gracias a Dios la globalización ha permitido que el contacto aunque virtual, sea constante. No imagino la tristeza -por ejemplo- de  ola de emigrantes europeos que vino a Venezuela en los años 50, con las limitaciones de comunicación que existían en la época.
Creo que son muy valientes. Que no hay edad para emigrar, y que tomar la decisión y ejecutarla requiere de una valentía que no a todos nos ha llegado.

¿Cómo está siendo la experiencia de vivir en Venezuela cuando una parte importante de la juventud desea irse del país?
Desconcertante. Uno se replantea muchas de las metas que se había trazado.

¿Te plantearías irte de Venezuela?
Me lo he planteado, y como están las cosas, sigue siendo una opción.

¿Crees que la idea de emigrar y elaborar un plan migratorio resulta fácil encontrándote en Venezuela? 
Nada fácil. Todo lo contrario. Constantemente me encuentro asesorando o ayudando a familiares y amigos en el papeleo y trámites que se necesitan, y en ese sentido doy fe de lo complicado que es. Adicionalmente, imagino que si el destino es un país al que no se ha podido ir previamente a estudiar, las posibilidades laborales, la incertidumbre, se hacen mayores. Todo lo anterior sin contar la odisea de cambiar el capital que se tenga en bolívares (moneda local), a la moneda que corresponda.

¿Vives con cierta frustración la actual situación venezolana? ¿Sientes impotencia y ganas de hacer algo por el país?
Absolutamente y día a día.  En mi opinión, el criterio que dispararía finalmente la toma de la decisión es la inseguridad que nos arropa: vivimos presos. Estamos ajenos a “vivir” en el sentido estricto de la palabra, salir a la calle respirando normalmente es imposible en este país.
Todos los países tienen malos gobiernos, crisis económicas de larga duración y generaciones marcadas por ello, pero si no se puede trabajar con tranquilidad para cambiar eso, si no se puede subsistir por miedo a que te roben, secuestren o te maten a ti o a tu familia y amigos, eso no es vida.
Se hace el trabajo diario, las ganas de hacer algo por el país se sacan de donde no se tienen  y como dice el dicho: “en épocas de crisis unos lloran, mientras otros hacen pañuelos”.

¿Hubieses pensado verte en esta situación hace algunos años?
Lamentablemente, sí. Todo esto se veía venir.

Por último, un mensaje dirigido a los venezolanos que han emigrado:
Que le echen pichón, que la nostalgia no los invada.-

jueves, 11 de septiembre de 2014

[Testimonios] Venezolanos en el exterior - Keyla Jaimes

Hoy he querido participar junto a todos aquellos que nos han acompañado en la sección "Venezolanos en el exterior" y "El exilio desde adentro", como narradores de sus vivencias y como lectores. Espero que disfruten de mi experiencia como emigrante venezolana radicada en Lugo, Galicia.

Nombre: Keyla Jaimes
Edad: 30 años
Profesión: Abogado
Nivel de estudios: Postgrado
Lugar de nacimiento: Caracas
País de residencia: Venezuela



«Mi deseo es que algún día, todos aquellos que nos hemos ido y aquellos que aún permanecen en Venezuela, podamos reconstruir las ruinas que quedaron de nuestro país y podamos verlo renacer,  juntos nuevamente.»


Fonte dos Ranchos.




Busto de Bolívar. Fonte dos Ranchos.

 
 
¿Cómo nace la idea de emigrar?
Una vez que me gradué y comencé a trabajar, el entorno que me rodeaba me estaba resultando hostil. El ambiente poco serio en los tribunales (salvo contadas excepciones), la falta de respeto dentro de los organismos públicos que frecuentaba, el desorden burocrático, la desinformación, la improvisación formaban parte de mi día a día. Por ende, me estaba sintiendo cansada, agotada de todo. Así que, transcurrido un tiempo y viendo que la situación no cambiaba, mi esposo (que trabajaba en un área totalmente diferente a la mía e, igualmente, estaba notando el deterioro del país en todos los sentidos) y yo nos detuvimos a reflexionar y decidimos: «Es hora de irse».

¿Trabajabas en el momento de tomar la decisión de marcharte?
Sí trabajaba. Tenía una cartera de clientes a quienes les dedicaba mi trabajo en el área de deberes formales empresariales.

¿Te costaba encontrar trabajo en tu área? ¿Eran buenas las condiciones económicas?
No me costaba encontrar trabajo, si bien es cierto que la ineficacia e inoperancia de los organismos públicos nos permitió a muchos adquirir experiencia, en muchos casos, a nivel "extremo": trabajar a deshoras; madrugar en los registros, ministerios, notarías; cargar encima miles de documentos por si se les ocurría añadir algún requisito más al trámite en el último minuto... y paro de contar. Desde luego que para el ciudadano de a pie, que tiene que trabajar, que no tiene tiempo que perder, los servicios de un abogado eran indispensables. Así que trabajo había y aunque las condiciones económicas no eran malas, tampoco daban para plantearse la idea de independizarse económicamente.

¿Cómo está siendo la experiencia de vivir y trabajar fuera de Venezuela?
Me siento agradecida. Aquí tenemos todo lo que jamás en la vida hubiéramos obtenido viviendo en Venezuela. Vivo sumamente tranquila, sin temores, sin paranoia. Eso no lo cambio por nada.

¿Consideras que las condiciones, tanto laborales como sociales, son mejores en tu actual lugar de residencia?
Muchísimo mejores. Contamos, además, con la suerte de vivir en una ciudad pequeña con una calidad de vida menos costosa que la existente en grandes ciudades. No nos falta nada, por fortuna.

¿Echas de menos Venezuela? Si es así, ¿qué es lo que más añoras?
Echo mucho de menos a los míos. Ha sido una de mis mayores debilidades como emigrante. También extraño muchas cosas: los plátanos maduros, los aguacates, los quesos, las areperas, el sushi, algunas frutas, la chicha de Parque Carabobo, las guacamayas que sobrevuelan los alrededores de la UCV, el Ávila rodeando a la ciudad...

¿Qué es lo que más te gusta de tu actual lugar de residencia?
La tranquilidad que impera. Cuando amanece con neblina espesa. El olor a pino que aparece y que perfuma al aire cuando se acerca el otoño. El otoño. Las castañas. El olor a leña de las calefacciones que hay alrededor. La comida (es una perdición). Lo bonito y arreglado que tienen todo. Lo mucho que conservan los sitios turísticos.

¿Y lo que menos te gusta?
Algunas personas tienen estrechez de miras. Es muy difícil introducir algo distinto en la cultura de aquí, ya que no son muy propensos al cambio, a lo diferente. Por otro lado, la inestabilidad del tiempo. Podemos pasar meses sin ver la luz del sol y eso, en ocasiones, nos afecta hasta el estado de ánimo.

Si las cosas estuvieran mejor ¿te plantearías volver a Venezuela?
No lo sé. He llegado a un punto en el que hasta no sé qué responder cuando me preguntan «¿Cuándo vuelves a visitarnos?». Eso resulta muy doloroso.

¿Consideras positiva tu experiencia actual?
Muy positiva. No me arrepiento de nada.

¿Vives con cierta frustración la actual situación venezolana? ¿Sientes impotencia y ganas de hacer algo por Venezuela desde tu actual residencia?
Si estuviera en mis manos, sacaría a los míos de allá. No sólo siento frustración, siento rabia y mucha vergüenza ajena. Me he topado con españoles que vivieron en Venezuela hace muchísimos años y que no han vuelto a pisarla. He encontrado en ellos un amor, un cariño y un aprecio aún mayores, me atrevo a decir, que muchos de los que nacieron allá y viven allá. Cuando leo las noticias, no puedo sentir otra cosa que decepción e impotencia.  

¿Hubieses pensado verte en esta situación hace algunos años?
Honestamente, no. Cuando estudiaba, me entusiasmaba la política, luchaba por mis convicciones, no dejaba de participar en manifestaciones ni en procesos electorales (inclusive aquí, no he dejado de ejercer mi derecho y deber de votar), estaba segura de que los jóvenes haríamos prevalecer los valores democráticos, que juntos podríamos vencer. Pero la realidad me avasalló y llegó un momento en el que me dije «es hora de pensar en mi futuro fuera de Venezuela».

Por último, un mensaje dirigido a quienes están pensando en la posibilidad de emigrar:
Hace poco, se marchó un gran amigo a otras latitudes. Alguien le escribió en las redes sociales «Don't look back» («No mires atrás»). De modo que ese es mi mensaje: No mires atrás. Si tu deseo es emprender un camino fuera del país que te vio nacer para lograr tu estabilidad, para mejorar tu calidad de vida, que nadie te detenga. Emigrar implica sacrificarse. Pero ese sacrificio, con mucha dedicación, paciencia y trabajo, obtendrá su recompensa. Mi deseo es que algún día, todos aquellos que nos hemos ido y aquellos que aún permanecen en Venezuela, podamos reconstruir las ruinas que quedaron de nuestro país y podamos verlo renacer, juntos nuevamente.-

martes, 2 de septiembre de 2014

El exilio desde adentro - María de los Ángeles Oropeza

Recibimos en "El exilio desde adentro" a María de los Ángeles Oropeza, venezolana que reside en Caracas, quien nos refleja su sentir con respecto al exilio y la diáspora venezolana.

Nombre: María de los Ángeles Oropeza
Edad: 23
Profesión: Estudiante
Nivel de estudios: Estudiante universitario
Lugar de nacimiento: Caracas
País de residencia: Venezuela



«Se dejan atrás muchas personas, costumbres y sueños. Pero cada cambio viene con la esperanza de algo mejor».
 

¿Qué opinas acerca del fenómeno migratorio en Venezuela? 
Observo con preocupación cómo este suceso se hace más sólido a medida que pasa el tiempo, pero es completamente racional porque la calidad de vida de los habitantes del país decrece minuto a minuto y muchos venezolanos, en su mayoría jóvenes, consideran que no queda de otra más que irse. Hace años se solía pensar en la emigración como la ultima opción, mientras que hoy día se está tornando una necesidad.
Sin embargo, es desconcertante y devastador pensar ¿en manos de quien quedará el país? Si todos los talentos jóvenes y no tan jóvenes emigran, ¿la identidad venezolana quedará relegada a aquellas personas y circunstancias que han obligado a los otros a irse?

¿Consideras que es beneficioso o perjudicial para el país?
Es perjudicial en muchos aspectos. Sobre todo porque en su mayoría quienes se van son jóvenes con talento y sueños que serían el motor del país en otras circunstancias.

Durante los últimos 15 años, ¿has tenido que despedir a familiares y/o amigos que se han marchado de Venezuela?
Cinco amigos. También cada vez que conozco a alguien nuevo, es común hablar de los planes de emigración.

¿Mantienes el contacto con ellos? ¿Qué opinas acerca de su decisión de emigrar?
Con algunos sí, quienes me cuentan sus nuevas experiencias con culturas completamente diferentes. Increíblemente, nunca he escuchado una queja al respecto de otro país, más bien la opinión "cualquier cosa es mejor que Venezuela" permanece.
Respeto plenamente su decisión porque es completamente racional buscar el progreso de uno mismo, cosa que en nuestro país se dificulta terriblemente.
 
¿Cómo está siendo la experiencia de vivir en Venezuela cuando una parte importante de la juventud desea irse del país?
Como dije antes, permanece la incertidumbre sobre el país que se deja atrás, pero es un tema de conversación recurrente.
 
¿Te plantearías irte de Venezuela?
También está en mis planes. Pero va más allá de la situación del país.

¿Crees que la idea de emigrar y elaborar un plan migratorio resulta fácil encontrándote en Venezuela? 
¡Para nada! Hay muchas trabas. Desde las divisas hasta el altísimo costo del boleto de avión. Todo se ha vuelto un proceso truculento para el cual se necesita MUCHA paciencia y ganas de lograrlo.

¿Vives con cierta frustración la actual situación venezolana? ¿Sientes impotencia y ganas de hacer algo por el país?
Sí la siento y sí tengo ganas de hacer algo. Pero para lograr el cambio se necesita la acción de más de uno.

¿Hubieses pensado verte en esta situación hace algunos años?
No... Pensar en viajar a otro país me parecía un pasatiempo turístico. Ahora existe una necesidad.
Necesidad de conocer la vida sin los aspectos negativos que sobrellevamos aquí.

Por último, un mensaje dirigido a los venezolanos que han emigrado:
Los felicito por ese gran paso. No es fácil. Se dejan atrás muchas personas, costumbres y sueños. Pero cada cambio viene con la esperanza de algo mejor.-

jueves, 28 de agosto de 2014

El equipaje es una cosa infinita - Lena Yau



"A trip in the clouds" by Alessandro Gottardo

Para Adrian y Raquel.
“Sangran en mí las hojas de los árboles”.
Eugenio Montejo.
 
Todavía encuentro alguna camiseta ovejita hecha un rebujo en el fondo del baúl de madera que en Caracas usaba de mesa para la tele y que en Madrid uso para guardar la ropa de verano cuando es invierno y de invierno cuando es verano.
 
Parecía tan grande allá. Acá su capacidad es insuficiente.
 
Mi mano toca la tela de franela y la reconoce.
 
No necesito mirar para saber.
 
Mi mano tiene memoria.
 
Pasa también cuando busco ibuprofeno en el mueble de las medicinas.
 
A ciegas, por pereza de encender la luz, mi mano tantea, explora volúmenes y formas, tropieza con una pestaña de cartón que el tacto lee, ésta no, ésta es de allá, juega al toca–toca para adivinar, ¿será ponstan? hasta dar con la caja que necesito.
 
El tropiezo con la cajita de allá me dispara, me hace volar y aterrizar en el asiento trasero de un taxi, quince años atrás. Allí, engurruñada por una mezcla de frío, dolor y miedo, pensaba en círculos sin poder parar de llorar.
 
El hilo musical de mi cabeza sonaba así:
 
Qué frío tan horrible, ¿cómo se llamará esta autopista?, se parece al pulpo, el cartel dice M30, M30, ¿qué quiere decir M30?, no me ubico, ¿cómo saber dónde está el norte si aquí no hay Ávila?, este taxista no habla, qué pinta de malandro, esos pelos, por favor, el camino de vuelta se me está haciendo más largo que el de ida, el dolor me está reventando, y eso que tengo anestesia, odio la anestesia, me pica en la mejilla, no siento la boca, no se me entiende cuando hablo, ¿cómo voy a hacer en la farmacia?, ¿cómo se dirá ponstan aquí?, yo quiero ponstan, una merengada de ponstan, ¿cómo se dirá esa vaina en españoleto?, este taxista me quiere secuestrar, esta no es la vía por la que vine, ¿por qué agarró por aquí?, está claro, me quiere secuestrar, en la autopista no hay semáforos, ¿y si me tiro?, ¿me pasará mucho?, va a cien kilómetros por hora, si me tiro pongo la mejilla derecha primero, segurito que no me duele, me inyectaron anestesia por carajazos, voy a llorar callada para que crea que soy valiente, le voy a decir que no me secuestre, que le va a salir mal el negocio, que me duele mucho la muela, que enferma soy imposible y que en esta ciudad nadie pagaría por mí un rescate, qué triste, aquí no valgo medio, aquí no soy nadie, aquí no existo, aquí no salgo en la guía telefónica, aquí no soy secuestrable, aquí no me puede doler la muela porque no sé decir ponstan.
 
Ahora me río pero…
 
Vivo en un mundo bilingüe.
 
Camisetas de aquí y de allá, medicinas de aquí y de allá, comida de aquí y de allá, palabras de aquí y de allá.
 
Todo se traduce.
 
Siempre fue así.
 
Hija de inmigrantes españoles, mi mundo era un cubo de Rubik.
 
Los hermanos de mi padre y de mi madre se unieron también a inmigrantes.
 
Españoles, alemanes, italianos, portugueses y más.
 
Vivía una realidad de cuadritos de colores que combinados al azar hacían las caras de un cubo.
 
Había que traducir todo.
 
Poner lo que era de allá y acá en su lugar.
 
Supongo que por eso no tengo claro si soy una emigrante, una inmigrante, una retornada.
 
Aquí soy de allá, allá soy de aquí.
 
A veces imagino el mapa de mi país: geografía de cielos.
 
El de Venezuela, el del España, el del Atlántico entre ambos.
 
Una tarde, mi hijo hace un cuenco con sus manos y me ofrece su botín:
 
Una piña de pino, tres bellotas maduradas, una granada color gris ciudad.
 
Veo las palmas de sus manos, sudadas y pegajosas y el recuerdo superpone sobre ellas, las mías, más de treinta años antes, yo pequeña, en aquel valle verde, llevándole a mi madre mi tesoro: mangos y cocos por crecer, guayabas picadas de gusanitos blancos, envoltorios de torontos que juntaba y alisaba con mucha paciencia, la pluma de un turpial.
 
Se lo cuento a mi hijo y pregunta por el nombre del árbol del coco.
 
Cocotero, le digo.
 
No me cree.
 
Me pide merendar “ese pan redondito de tu país que rellenas con York”…quiere arepas con jamón.
Llamo a mis compadres y atiende mi ahijada.
 
Me habla de Segovia, de Burgos, de Guadalajara, de San Lorenzo del Escorial.
En su boca de niña esas geografías suenan tan mayúsculas que me dan ganas de decirle:
 
— Princesa, no digas palabrotas.
 
Entonces me recuerdo diciendo Carabobo, Guasdualito, Margarita, Parapara, Barquisimeto, Aragua, ante la cara desorientada de los adultos de mi familia.
 
No sé bien de qué me fui.
 
Sólo sé que tenía que irme.
 
Y que el país intentó detenerme.
 
Primer aviso; piénsalo bien, traidora:
 
Cuatro días antes de la partida: bajando por la autopista de Prados del Este, una lámina de conglomerado mal amarrada, se desprendió del camión que iba delante de mi carro y se estrelló contra el parabrisas.
 
Segundo aviso; no lo vas a poder contar, traidora:
 
La última imagen de mi ciudad adorada: atrapada una torre de Plaza Caracas. Busco la ventana y miro diez pisos hacia abajo. En el asfalto negro y bacheado, una decena de ballenas con sus chorros más que disuasorios, jaulas, patrullas, gente en estampida, gritos, triquitraquis…¿eran triquitraquis?
 
Tercer aviso; ahora o nunca, traidora.
 
Colofón de la fuga: a diez metros del estacionamiento del aeropuerto, con las maletas que vendrían por avión, con los pasaportes en la mano, curva cerrada, mancha de aceite, chirrido de cauchos que derrapan, equipaje que vuela, cinturones que felizmente no estaban vencidos y funcionaron como debían.
 
Cuarto aviso; aquí también estoy:
 
La venganza: en Madrid, de camino a tramitar mi Documento Nacional de Identidad. Yo mirando a través de la ventana cafeterías con dibujos de churros, yo pensando que el atasco me iba a hacer perder la cita, yo considerando si pagar la carrera e irme caminando, yo escuchando unos gritos, una frenada larga, un golpe seco. Yo recuperando la consciencia mientras voces preguntaban si me siento bien, si quiero llamar a alguien, si me ayudan a poner la denuncia.
 
Y hoy, tantos años después, tan lejos de todo aquello, sigue aquí.
 
En un semáforo en la calle Alcalá.
 
A mi derecha, Las ventas.
 
Pululan rumanos que quieren limpiarme el parabrisas.
 
A mi izquierda, una ambulancia. En su carrocería leo: San Román.
 
Se abre el océano y todo está en un mismo sitio.
 
Regresa la cola sonora de un extra, rehenes en una clínica, ladrones, policías.
 
Desecho aquello.
 
Pienso en mi hijo y en mi ahijada comiendo mamones con los antebrazos embarrados del juguito que chorrean, con las lenguas pintadas de amarillo de raspado de parchita, cantando los chimichimitos y el pájaro guarandol, sabiendo escoger los árboles a trepar (guayaba no, que resbala, aguacate no, que la rama se quiebra), pronunciando con soltura chaguaramos y Guachirongo.
 
Eso será posible desde la memoria, desde la palabra de los poetas, desde las páginas de los libros, desde el humo de una empanada de carne mechada hecha en invierno.
 
Yo hice un viaje de vuelta que ellos harán cuando sea oportuno.
 
Mientras tanto, ellos también viven un mundo bilingüe que ven como un plus, una ganancia, un extra.
Jamás como una pérdida.
 
No sé si quince años después alguien pagaría un rescate por mí.
 
Sé que aparezco en la guía, que me encuentro a amigos por casualidad en la calle, que el paisaje me responde cuando le hablo.
 
Sé que tengo un país con un mapa hecho de tres cielos que son uno solo.
 
Y que el Ávila marca el norte dentro de mí.