martes, 18 de noviembre de 2014

Bitácora de mi salida del país. Las razones - Marialejandra Chuy

Damos la bienvenida a la Abogado Marialejandra Chuy a nuestro espacio "Venezolanos en el exterior", quien nos da a conocer los motivos que la impulsaron a emigrar de Venezuela.
 
 
«...Haré todo lo que esté a mi alcance para despertar las conciencias y llevar lo que pasa en Venezuela fuera de nuestras fronteras»
 
 
Aterricé en la realidad el pasado febrero de 2014. Desde los 7 años creí en la fuerza de las voces que se alzan para luchar por los derechos fundamentales de quienes atentan contra ellos. Fui a la universidad convencida de que la Constitución y la ley eran lo suficientemente fuertes como para impedir los abusos y que ante ellos, siempre estaría yo allí de pie para defender a los débiles jurídicos. El primer regalo de mi padre al empezar mis estudios fue «El Alma de la Toga» de Angel Osorio y con él vi por vez primera la diferencia ente el Abogado y el Licenciado en Derecho que no entendí del todo, porque finalmente en mi país al graduarte en Derecho el título recibido es de “Abogado” y no de “Licenciado”. Pasaron años de estudiar el deber ser y, a medida que avanzaba en el estudio de mi carrera profesional, más me percataba de la gran brecha que existe entre el deber ser y el ser. Estando en mi tercer año de carrera decidí que era hora de encaminarme hacia lo profesional, y conseguí mi primer trabajo en el Tribunal Superior Sexto de lo Contencioso Tributario. Coincidieron entonces mis estudios de Finanzas Públicas con mi trabajo en el Tribunal y empecé a vislumbrar entonces la diferencia entre ser “Licenciado en Derecho” y ser “Abogado”; Angel Osorio tenía razón, sí que hay una gran distinción entre ellos.
Las noticias en los periódicos y en los canales de televisión avisaban de una crisis política que atentaba contra la seguridad jurídica, la economía y otros muchos aspectos que envuelven a la sociedad venezolana y entonces empezó mi interés particular en la política, asistí a las marchas estudiantiles que reclamaban al gobierno el respeto a los derechos particulares, pero siempre me mantuve al margen, nunca involucrándome demasiado. Sucedió lo inevitable, me gradué y comencé mis estudios de posgrado en Derecho Administrativo: todos mis pensamientos acerca de “mantener mis opiniones al margen” convulsionaron luego de ver clases con catedráticos como José Ignacio Hernández, Gustavo Grau, Luis Alfonso Herrera, entre otros. Escuchar a un Administrativista afirmar que el Derecho Administrativo no existe en Venezuela revolucionó todas mis ideas silentes; de manera que empecé a levantar la voz y a opinar con relación a las políticas adoptadas por el gobierno venezolano liderado en ese momento por el fallecido Hugo Chávez.

Llegar a la Alcaldía del Municipio Chacao me abrió las puertas a nuevas labores sociales y especialmente me abrió camino a un ambiente libre, donde se podía opinar abiertamente y donde se debatían las posiciones y las ideas productivamente. Esto me dio nuevas esperanzas: me hizo pensar o sentir –quizás utópicamente- que todavía había posibilidades de cambio, de rescatar al país del abismo donde se hundía cada vez más rápidamente. Tanta gente pensando lo mismo que yo sólo podía significar que el cambio llegaría. No fue así, los últimos comicios electorales acabaron con la fe de muchos en nuestro sistema electoral y especialmente en nuestro futuro como país: empecé a ver cómo toda la gente inteligente, capaz, profesional, con ansías de crecimiento y desarrollo, renunciaban y con maletas en manos emprendían un último viaje a Maiquetía para huir del país. Aún me pregunto si los volveré a ver. Yo continué unos meses más aferrada a la idea de que Venezuela despertaría más temprano que tarde y empezaríamos a reconstruir el país que nos destruyeron como con alevosía.

Pasó el primer año de mandato del nuevo presidente Nicolás Maduro y las malas señales se hicieron más evidentes que nunca: un sueldo que no alcanzaba para cubrir lo mínimo elemental, hospitales sin insumos, farmacias sin medicinas, mercados sin comida básica, jóvenes profesionales sin oportunidades de hacerse de un hogar, índices delictivos en rojo, la libertad de expresión en decadencia y discursos presidenciales incitando más y más a la violencia. Y yo aun creyendo en mi pueblo, en que el cambio ya venía, de un modo u otro.

Pero entonces la realidad se estrelló contra mí y mis ideas de cambio se desmoronaron por completo:

En primer lugar, la inseguridad tocó a la puerta de mi casa tres días seguidos (nos robaron saliendo de la farmacia donde comprábamos medicinas para mi mamá y pasamos más de 6 horas en el CICPC poniendo la denuncia, casi un año después el caso no tiene respuesta; asaltaron y dispararon en el Centro Médico donde mi hermano y mi mamá se encontraban en consulta preoperatoria para mi mamá; y la noche siguiente a mi hermano lo quisieron asaltar –si, nuevamente- saliendo de la universidad).

En segundo lugar, leer la prensa en mi oficina se convirtió en una actividad de un par de minutos cuando las empresas se vieron obligadas a reducir los cuerpos de los periódicos por falta de papel, fui a Por Todos los Medios de Luis Chataing y a la última obra de Laureano Márquez y no pude parar de llorar durante ambas presentaciones, el humor es la pequeña herramienta qué aún queda en mi país para pintar la realidad que vivimos y pedir cambios, aun insisto en que esos monólogos deberían ser dados en la Asamblea Nacional; y el colmo de la libertad de prensa llegó cuando me percaté que sólo podía acudir a CNN o canales vía web para enterarme de los acontecimientos del país, dejamos que se nos desplomara la libertad de expresión.

Entonces aterricé en la realidad. Jamás olvidaré el pasado febrero de 2014, cuando estuve en la marcha convocada por Leopoldo López hacia el Ministerio Público. Aún me da escalofríos pensar en los mensajes de mi mamá acerca de las detonaciones en Parque Carabobo de las que se enteró gracias a los tweets de El Universal (en los canales de televisión no reportaban nada): yo estaba ahí, yo pude ser el Bassil DaCosta de ese día, yo vi a los motorizados armados ir y venir entre las filas de la GNB como si fuesen parte de la misma fuerza; todavía le agradezco a Dios haber cuidado de mi vida y de la vida de quienes me acompañaban ese día.

Entre las primeras manifestaciones llegó el 18 de febrero de 2014. Luego de pedir incesantemente que nos dejaran asistir a la nueva marcha convocada por Leopoldo López, nos dieron permiso en la oficina. Habíamos estado donde cayó muerto Bassil y sentíamos más que nunca que era momento de luchar. Teníamos esa idea de que el mundo entero tenía la vista puesta sobre Venezuela, sobre lo que teníamos para decir y las razones que nos llevaban a exigir un cambio. Además, el punto de salida de la marcha era en nuestro Municipio, a una cuadra de la Alcaldía, se sentía como un deber moral ir allí y ser parte de ese sentir nacional que te obliga a gritar que quieres que te respeten los derechos.

No lo voy a negar, desde temprano se sentía la tensión en el ambiente. Chacaíto amaneció acordonado por la Policía Nacional, las tanquetas de la Guardia y los motorizados estaban por todo el Municipio Chacao. La tensa calma indicaba que no sería un día normal. Desde ese día nada fue normal. Llegamos todos vestidos de blanco a la oficina, de alguna forma el blanco se volvió el color oficial para las marchas. Y luego de trabajar insaciablemente toda la mañana, a mediodía nos enrumbamos a la concentración de la oposición. Entonces pasó lo impensado: Ante lo que estos hechos podían desencadenar, Leopoldo López decidió entregarse a las autoridades. Todavía me pregunto cómo podría un hombre confiar en la justicia secuestrada por el Ejecutivo Nacional. Nos mandaron a volver a la oficina, era muy peligroso estar en la calle en opinión de mi entonces jefe. No existen palabras para describir lo que vimos ese día, lo que sentimos ese día. Cómo la ola de gente persiguió el vehículo donde se llevaban a Leopoldo y cómo esa porción del pueblo se solidarizaba y sufría con lo que estaba pasando. Para muchos esa aprehensión significó el final de la lucha, para otros significó que ésta estaba más viva que nunca.

Todo lo que vino desde ese día fue deprimente. El país caía a pedazos y la gente no aguantó más: empezaron meses de protestas incesantes. No eran sólo estudiantes. La cólera era masiva, desde niños hasta ancianos, pobres y ricos, todos tenían algo por lo cual alzar la voz. Y, si me preguntan a mí, nadie fue escuchado. Al contrario, vinieron las represiones, los arrestos, los muertos, las cadenas presidenciales que tapaban los momentos de mayor estallido de violencia, y el silencio mediático. La realidad nuevamente me golpeó de frente cuando viviendo en El Cafetal viví la violencia de los motorizados llamados “Colectivos”, vi los abusos de la Guardia Nacional Bolivariana destruyendo propiedad privada y fui víctima de los gases lacrimógenos. Dejé mi carro (que con tanto esfuerzo y sudor de 2 años de trabajo logré comprar) en Maracay, mi pueblo natal, en casa de mis padres, por miedo a que la Guardia Nacional lo destruyera como hizo con muchos otros y me acostumbré a la idea de andar en transporte público. Ante la inseguridad conté con gente maravillosa que me llevaba a casa por las noches luego de la jornada laboral, hasta que un día no pude regresar al trabajo. Casi una semana sin poder asistir a la Alcaldía a causa de las protestas que exigían mejorar nuestro sistema, válidamente desde mi punto de vista.

Intenté ayudar a los estudiantes detenidos y la respuesta fue una sola de parte de las autoridades: intentar defenderles legalmente suponía ir detenida también. La represión y la violencia fueron física para ellos y psicológica para los que estando del lado de la ley intentaban ayudar: No hay records de ello. Me di cuenta entonces que no habría fuerza legal, nacional ni internacional, que ayudara a Venezuela y, con una creciente violencia e intolerancia de parte de nuestras autoridades, además del constante temor a ser detenido o lastimado sin razón, llegó el momento de partir.

Hice todos mis trámites para estudiar fuera del país, quizás confiando aún en que para cuando finalizara mis estudios, el país estaría en vías de reconstrucción y yo podría volver sin miedos ni amenazas.

No renuncié al trabajo que amé por dos años y medio sino hasta último momento, no pude finalizar mis dos especializaciones de posgrado, y me despedí de mis amigos y de la capital de mi país a la que le agradezco mi educación universitaria y mis logros personales y profesionales. No podré olvidar jamás todo lo que sentí al manejar la ARC por última vez de regreso a la ciudad donde mis padres me vieron crecer. Dejé para el último momento hacer las maletas. Finalmente, estando todo listo, me despedí de mi mascota; él sabía desde temprano que algo pasaba, que tantas maletas y ropa significaban algo y podría jurar que sentí su tristeza cuando lamió las lágrimas que salieron de mis ojos al decirle adiós (aún no sé si tendré oportunidad de volver a abrazarlo). Llegamos al famoso pasillo de Maiquetía la madrugada del 6 de julio de 2014. Mi mamá, mi hermano menor, su novia, mi segunda madre Mafer, la familia de Jorge y mi primer amor universitario: todos estuvieron allí para decirme adiós. En palabras de Rayma, la gestión de gobierno llegó a mí también y me obligó a salir del país que me vio nacer. Todavía puedo sentir el último abrazo de mi familia; espero que Dios me dé la dicha de verlos nuevamente en nuevos horizontes.

Hoy, tengo casi 4 meses fuera del país viviendo con las uñas. Desde mayo de 2014 estoy esperando la aprobación de mis divisas estudiantiles por parte del hoy CENCOEX; mi vuelo de regreso a Venezuela fue cancelado por la aerolínea debido a la deuda que el gobierno venezolano mantiene con la misma; al no tener trabajo en Venezuela ni siquiera es pensable acceder al mercado negro para adquirir dólares y mi visa estudiantil no me permite trabajar para costear mis gastos. Más sorprendente aún, esa sensación de que Venezuela está en la mira del mundo es solo eso, una sensación; me ha sorprendido tremendamente cómo los ciudadanos de a pie del mundo entero desconocen por completo lo que vivimos los venezolanos en nuestro país.
 
Aun así, siento que Dios ha estado de mi lado desde el principio: he contado con el apoyo de personas maravillosas que me han ayudado (ustedes saben quiénes son), la institución donde estudio se ha visto solidaria conmigo con relación al pago de mis estudios y hasta la señora donde vivo me ha ayudado en todo lo que ha podido. Ahora más que nunca, por mi futuro y el de mi familia es necesario seguir adelante y así sea a distancia considero un deber moral alzar la voz al mundo para decir que es suficiente de desmoronar el país como lo están haciendo. Yo haré todo lo que esté a mi alcance para despertar las conciencias y llevar lo que pasa en Venezuela fuera de nuestras fronteras. Me gradué de Abogado (y no soy una sencilla Licenciada en Derecho) y mis principios me acompañan a dónde sea que vaya, de manera que pediré y reclamaré justicia desde donde esté por los medios que consiga para hacerlo. Dios bendiga a Venezuela y que como el Fénix, nos permita resurgir de nuestras cenizas cuando todo haya acabado.-