domingo, 8 de marzo de 2015

Goodbye Caracas - Manuela Zarate

En estos momentos alguno de ustedes está haciendo un inventario mental de sus posesiones, talentos y posibilidades. Alguno está llamando a una embajada, un primo o un conocido que tiene varios años con una arepera, un restaurante, una bomba de gasolina, una distribuidora o algo que se le parezca. Alguno está en plena entrevista, en plena negociación, en plena búsqueda. Alguno está con trámites, documentos. Alguno organiza una venta, busca a un señor que vende carros y habla con un corredor inmobiliario. Alguno se sienta y vuelve a revisar la tabla de Excel y saca cuentas, tantos meses, tantos gastos, lujos menos, tantas limitaciones, otras libertades. Alguno saca también la cuenta emocional, pero esa pesa menos frente a lo que vivimos. O tal vez eso se dice, para no sufrir tanto. Alguno escucha una historia, o vive algo, mira una cara, siente una explosión de adrenalina, y se convence, si es que ya no lo estaba.
 
En este momento alguno de ustedes planea o ejecuta la emigración.
 
En estos momentos alguien los escucha o los lee. Cuelga el teléfono o apaga una pantalla. Mira su cuarto, su oficina, ¿qué harías con esos arbolitos de madera? No te cabría todo en las cajas. Recibe una llamada de su mamá y piensa, menos mal que mis viejos no se han ido. Igual uno se siente solo. Porque del colegio sólo quedan dos, de la universidad no queda ninguno, al menos no de los más cercanos, porque el vigilante del edificio sacó a su familia a Colombia, porque alguien en el trabajo renunció, porque en salón de los niños este año no regresan todos, porque aquella maestra que soñábamos con que le diera clases a nuestros hijos también ahora escribe desde Canadá.
 
En estos momentos alguien recuerda que olvidó el cumpleaños de un ser querido que está lejos. En estos momentos alguien recuerda que no ha llamado a fulano que está a siete mil kilómetros, quedamos en hablar por Skype, pero cuando yo puedo él no está, cuando él puede yo estoy con todo ardiendo. Lo que me pasa no lo puedo contar por Whats App. Y siento la distancia. Me muerde. Me pesa. Y no quiero hablar. ¿Para qué? Es demasiado vasto lo que la voz tiene que recorrer. Es mentira que se siente como si estuvieras aquí mismo. Es mentira. Ahora al menos, no. Ahora lo quiero todo. La presencia y el contacto y mira que yo no soy de estarme pegando a la gente que quiero.
 
No hay cómo describirlo. Uno siente que perdió una parte de sí mismo. La vida que se queda atorada en algún momento, como esa vez que te apareciste en el velorio del papá de ese amigo con quien no hablabas tanto, pero visto el obituario y en nombre de eso que fuiste te  presentaste, y no sabes qué te pasó, ni que habrán pensado los tíos lejanos que te creías, pero se te aguaron los ojos y tuvieste que enjuagártelos cuando lo abrazaste. Porque nos ponemos viejos, y te diste cuenta de que los más cercanos estaban en Panamá, o en República Dominicana y él te contó lo surreal de un grupo que se llama Papá de X, sabes para saber cómo estoy, acompañarme, es raro, pero es una forma.
 
¿Y qué pasa con lo demás? Las partidas de poker. Los almuerzos de los viernes, ese que llaman el almuerzo adeco porque dura horas e incluye alcohol.  Esa primera comunión a la que fuiste a cumplir, pero donde al menos sabías que habría una cara conocida. Alguien a quien decirle, yo no conozco a nadie aquí. Las tardes en casa de esa amiga. Los niños jugando, aquel chiste. Por enésima vez el mismo chiste. Una risa fácil, sin importancia, una duda sobre la vida, sobre la maternidad, sobre la pareja, sobre uno mismo. Un empuje a hacer dieta o esa amiga que siempre trae una tentación para hacernos engordar. Los clubes de lectura, las recetas improvisadas, los datos sobre dónde comprar ese quesito, las molestias ocasionales, los desencuentros temporales, las torcidas de ojo, las reuniones improvisadas, las borracheras, lo bailado, lo reído, la forma tan fácil como los amigos se ríen de nosotros y nos invitan a reírnos de nosotros mismos. Esa caricatura que hacen de uno, que te sirve como espejo para no tomarte tan en serio.
 
Ese saber que  no estás sólo. 

De pronto eso ya no está. Ha cambiado y ha mutado. Porque quienes le daban vida se han ido. El teléfono no suena para lo mismo. La agenda está como la calle, vacía a partir de cierta hora.   Ves el directorio de teléfono sin saber  qué nombre apoyar, ni qué decir. ¿Es que fulano sabrá que si yo no llamo no es que no lo quiero, es que yo soy así? Porque sabes que varias fronteras más allá hay alguien que entiende perfecto que tu distancia no es tu desdén.
Lo que más me duele es sentirme en este lugar cada vez más desierto.

Así que les pido, a todos ustedes, a mis amigos, a mi familia, si se van, vamos a jugar a GoodBye Lenin: Goodbye Caracas. Me van a decir que lo están pensando pero que no se han decidido. Me van a decir que celebre mi cumpleaños, cuando llegue me dirán que no fueron porque les dio dolor de barriga. Me escribirán para decirme que en tal mercado hay leche, no importa, cuando yo llegué tal vez no haya, pero le echaremos la culpa al gobierno. Me dirán que hace calor o que qué bello el Ávila hoy, porque en Caracas todo eso es verdad en algún momento del día.
 
Me dirán que el periódico no dice nada. Que no pudieron irme a visitar por el tráfico. Que almorzamos la semana que viene. Que en estos días salimos a cenar. Me dirán que están viendo a dónde se van de vacaciones, pero que está duro conseguir pasajes. Me dirán que les encantaría estar en mi club de lecturas, pero que les queda lejos, igual me contarán del libro. Hablaremos vía Twitter, vía Facebook, vía Instagram como si estuviéramos aquí. Yo les pido monten toda la parafernalia de que no se han ido. Pídanle a alguien que prenda las luces de su casa, al menos de vez en cuando, y si yo paso por ahí les voy a escribir. Aquí estoy, no subas tengo un gripón. Con eso yo me alejo. Cuéntenme un chisme, como si estuvieran aquí, y díganme sí, que lo vieron con sus propios ojos. La gente dice mentiras todos los días, esas no salen tan caras. En serio que no. Díganme que planean una fiesta, que luego se cayó por cualquier cosa y de nuevo le echaremos la culpa al gobierno.

Vamos a jugar a Goodbye Caracas. Tarde o temprano tocará ver la estatua del pasado caído volando por la ventana. Pero por ahora necesito que sea más tarde, este tsunami de adioses me está ahogando.