lunes, 20 de junio de 2016

Mi secreto en Margarita - Parte I

Damos la bienvenida a Scotos, un globetrotter en toda regla, quien al haber visitado recientemente la Isla de Margarita (Venezuela) luego de haber transcurrido cerca de 9 años de su partida de ese lugar, nos narra su experiencia, sus vivencias y al mismo tiempo comparte con nosotros cómo ha visto al país tras su breve estadía en él. 



«Regresé a un país que ha extraviado su cultura general, su cultura gastronómica, sus valores y se dejó meter otra nacionalidad.»



Parte I. Comerse hasta la cultura general

Volver, con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi sien: comienzo con una linda metáfora que de alguna forma describe mi reciente y largo viaje a la Isla Margarita. No es que me hayan salido tantas canas, pero ya vienen en camino, y también se pronuncian las entradas. Debo decirlo, había vuelto antes en cortas estadías siempre evitando Caracas, pero para hacerme el importante digamos que este ha sido un volver de negocios, un viaje especial porque me ha dado la ocasión de reencontrar lienzos perdidos de mi feliz adolescencia; en efecto, sólo en lo positivo, este ha sido un viaje en el tiempo.

En anteriores ocasiones había podido visitar la isla y mientras tanto aprovechaba de vacacionar en un económico paraíso caribeño. Muy a pesar de su inseguridad, iba siempre evaluando la posibilidad de una pequeña inversión en una casita o terrenito, en un nuevo País que, con una mayoría de valores izquierdistas, está dejando de creer en la propiedad privada. Ahora, después de unos 8 o 9 años desde mi última larga estancia, gracias a las recomendaciones de mis tías que aún sobreviven en la isla he podido conseguir algo, reduciendo el temor a ser invadido y perder la pequeña inversión que va segura, a paso lento. Mis planes de retiro en la Isla Margarita van sotavento norte, o como dirían allá, van pa'lante, a paso de vencedores.

Para el que no lo sabe, esta pequeña isla se encuentra en el mar Caribe de Venezuela y está llena de venezolanos, quienes en su mayoría trabajan para italianos y árabes*, por lo que, para su desgracia, a esta tierra le toca una enorme dosis de esa cultura en proceso de mutación y erradicación. No será fácil para el venezolano que lea esto (marico el que lo lea, porque es que tienen un problema bastante feo con la subvaloración de lo homosexual y no, no soy homosexual), pero para mí sí será fácil escribirlo: aunque a donde voy siempre soy un turista en chancletas y tengo la razón en todo, la gente tiende a ofenderse fácilmente cuando le hablan mal de su país, de su gobierno o de cualquier cosa relacionada con su idiosincrasia. Es normal y corriente, comienzan engañándose a sí mismos desde chicos acerca de la pertenencia a la fuerza a un pedazo de lugar y terminan empeñando gran parte del juicio defendiendo políticas, economías o religiones que están reñidas con la naturaleza misma del ser humano. Haber podido venir a Margarita desde que soy un niño ha sido mi cura a muchas taras endógenas. Venir y poder encontrarme con ese, mi ser interior, en chanclas, y a bañarme en la playa, en calzoncillos, me ayuda a burlarme de los problemas de los citadinos del primer mundo y su angustia por resolver problemas creados por intentar resolver problemas inventados.

Como soy un desconocido, hasta para mí mismo, y en vista de que he decidido mantenerme como tal por mi propia seguridad, es momento de prologar esto para darle más veracidad a mi historia. Poco he vivido en donde nací, en Córdoba -Argentina- así que realmente nací en cualquier parte que mi mente recuerde ese día. Fuera de Córdoba he vivido en Barcelona (la de España), Madrid, Molise, Leipzig, Berlín, Praga, Bogotá, Medellín, el Amazonas profundo (a ambos lados de la frontera Brasil-Venezuela), La Guajira, Margarita, Pinar del Río y en La Habana; además de otros lugares en los que he estado por trabajo o de turista. Cuando digo vivir es que han sido más 8 meses en ese lugar, un bloody año escolar, sin poder decir que tengo buenos amigos de la infancia, porque nunca había tiempo para eso. El desapego me viene de niño, me sacaron pronto de la teta de mi madre y me pusieron a correr a caballo como indirecta para que me fuera pronto. Y pronto me fui a buscar otras tetas sin paraísos. Como es lógico, ahora pienso que no pertenezco a sitio alguno. Nunca me he sentido superior o inferior a nadie que haya pasado toda su vida en un solo lugar, ambas vidas tienen su lado positivo y antagónico. En la vida sedentaria se crean hábitos lindos, conoces íntimamente a gente que ves con mucha frecuencia. Opinas de los hijos de tu carnicero o sabes cómo le ha tocado vivir con una madre enferma durante más de 20 años a la que te vende los puchos. Esos eran cuentos de mi madre, no míos. No sólo conoces bien a otras personas, es que tienes la oportunidad de afectar sus vidas positivamente, ayudándolas de alguna manera. De la otra forma, de la mía, siendo un nómada, sólo puedes desarrollar una empatía por los problemas ajenos que no pasan de unos sinceros y sabios consejos, una palmadita en el hombro o una posterior cogida taciturna, porque claro, es excitante cogerse a un extranjero al que no tendrás que volver a ver al día siguiente. Conoces de todo, hueles de todo, pero digamos que a veces superficialmente. Lo del olor es cosa mía, ya lo sabrás si me lees los tuits, lo de esta manera de relatar me viene de Bryce Echenique y su Martín Romaña.

Caso distinto ha sido el de Venezuela, que he tenido que visitar muchas veces y sumando los tiempos y la intensidad, Isla Margarita es el territorio donde más tiempo he pasado en esta vida chupando teta. Estando allí a veces me siento venezolano, margariteño, isleño, por muchas razones que van más allá del venezolano y del margariteño (no vengo a aumentarle el ego a los venezolanos) y que intentaré explicar aquí y es el por qué estás aún leyendo esto, porque te gusta el cotilleo ¿a que sí? y saber por qué diablos un extranjero dice sentirse "de un país" al que tanto critica; porque claro, con todo lo que lees te conoces un poco más a ti mismo a través del otro; que otro piense o sienta algo para estar de acuerdo o no con él, para sentir empatía o recelo, para sentir envidia, para copiarle, para odiarle, en fin, para intentar explicar eso que no entiendes o que entiendes y necesitas que alguien lo entienda también (o tan bien) como tú lo entiendes.

Mira bien, que el cuento es largo. Como ya he dicho, he "vivido" en varios lugares del mundo y por razones obvias, he tenido que comer en ellos sus comidas autóctonas para cada hora del día. Pronto entendí que el desayuno es la comida más importante, sobre todo si es la única que podrás hacer durante 24 horas. Así que siempre me he procurado un muy buen desayuno a cualquier lugar donde he ido. Es lo primero que planifico. "A dónde fueres come lo que veres" es mi lema y como verás no soy de muchas luces, las pocas que tengo me iluminan solamente unos metros más allá mi propio camino. Así que aquí va la primera de mis opiniones controvertidas: nadie en la puta vida me podrá contradecir que el mejor desayuno es el venezolano: unas arepas con huevos rotos (revueltos), o fritos, y tocineta, mantequilla, queso guayanés, jamón cocido, palta (aguacate), frijoles negros (caraotas); o una cachapa con queso telita o de mano o con asado (asado de allá) o pernil al horno (madre mía, el pernil) o carne mechada o todo junto y un buen zumo (jugo) natural, batido de fresa, papaya (lechoza) o melón, con o sin leche y más, mucho más como las empanadas o los pastelitos; es que nadie en su sano juicio puede evitar comer tantas cosas ricas. Sólo de recordarlas se me eriza la piel. Nadie, como decía, nadie me puede contradecir en ello, excepto ¡ta ta! una venezolana pajúa**. Es que es muy común encontrarse al venezolano necio, pajúo, una enfermedad que no distingue posición social o religión o color. Y no es sólo lo común, lo que más me jode es el peso que han ganado en la "toma de decisiones nacionales".

A lo que voy. Después del chamuyo habitual, una vez llegada la ocasión de hacelelamol con esa chama (pajúa), me fue tan placentera su presencia y el olor de su cuerpo y el de su sexo y sus hermosas tetas operadas, que decidí pedirle se quedara a desayunar, aprovechando que por fin yo estaba en mi pequeño departamento de turno. Esa mañana yo tenía mucha hambre, porque poco había desayunado el día anterior y el alcohol de la noche me había abierto un agujero negro, de los que gruñen y causan dolor, no como los de Stephen Hawking, sino como los de Stephen King. Además tenía muchas cosas en la despensa tan poco usada y por lucir mi ego (otra vez) el agasajo llegaría hasta nuestra cama en forma de un enorme desayuno que hice con arepas, jugo, auténtico café expreso*** con leche entera, quesos, mantequilla del Lactuario de Maracay (la mejor mantequilla del mundo que viene en un envase de oro (nótese la hipérbole, para que entienda bien la clase de mantequilla de la que le hablo), carne mechada y palta. Las arepas eran de las gruesas, de las gorditas le dicen, así que sacarles el relleno y combinarlo con mantequilla puede ser un guilty pleasure para algunos. La chama (pajúa), con las tetas fuera de la sábana, de hermosos pezones que relamí con ganas, eran preciosos, como si se les hubieran hecho cirugía con un pincel, porque todo en ella era precioso y creo que retocado, viene y me mira de reojo, con la cara llena de asco. En el momento pensé que lo gorditas de las arepas iba en contra de sus flacas creencias y de sus costillas expuestas, pero me dice que ese desayuno ordinario no es lo que esperaba de un hombre refinado de mundo, que ella quería té y galletas y mermeladas y miel y cereal alto en fibra y queso feta y la puta madre que parió ese color de piel y sus lunares y las largas piernas y el perfume de su cuello y la manera de partir la mandíbula al protestar mientras yo le partía la crisma en mi cabeza. Ni perdón ni olvido, se llamaba Isabela Ramos, la de las grandes tetas elegantes, no olvidaré su nombre, le perdonaré porque me dejó todo el desayuno para mí solo, cuando salió muy ofendida por mi silencio, oronda, dejando de verle el hermoso culo por un buen portazo y yo feliz, mi comida y yo, como Platero y yo, pero de arepas y mantequilla, arequilla y yo éramos felices una vez más, solos otra vez.

Generalmente acostumbro informarme sobre el país al que tengo que ir, especialmente sobre Venezuela, no sé para qué, igual allí pasan muchas cosas inverosímiles en un solo día y ya la gente tiene atrofiada la memoria y el criterio. Esto es para cerrar la historia de esta parte, porque me gusta dirigir al lector a donde yo quiero que vaya y que no se me monte en el árbol de las indecisiones, porque uno más uno es dos y ya dije mi primer uno y el otro uno es que venía leyendo una matriz de opinión en Twitter, antes de llegar a este país, sobre la arepa y su nacionalidad, que crearon y fomentaron algunos tuitstars. Entre comentarios por aquí y por allá encontré muchos venezolanos pajúos, más de lo que podía creer, que eran como las bacterias esas que se hacen mayoría rápidamente en los experimentos bajo el microscopio. Afirmaban con vehemencia que la arepa no era venezolana y que no tenía por qué ser reconocida como tal. Y bueno, ni perdón ni olvido, el asado no es argentino, quizás algunos Tehuelches muertos de hambre y frío lo inventaron hace siglos, pero es lo único que sabe comer el argentino ahora (eso y la harina de trigo mojada con agua en forma de espagueti) y por alguna razón es lo que ha hecho famosa a su (pobre) oferta gastronómica. Piénsalo, Argentina-Asado, no se desasocia fácilmente.

Parte II.

Aquí llega el dos. Sugiero al venezolano que siga un mejor ejemplo, como el que Brasil dio. El de Caracas, bala y malandros, parece que les hizo doblar en una esquina equivocada, por un callejón comunista, todo un Breaking Bad sin ninguna gracia. Brasil, por ejemplo, cogió las chanclas bobas flip-flop de toda la vida y las llamaron "Havaianas", sin preguntarse con ese tono estúpido de pajúo letrado: ¿será que los amerindios usaban chancletas mientras se inventaron la arepa? ¿Será que no podremos registrar la marca porque también se usan en Colombia, al igual que la arepa? No seas estúpido, letrado bobalicón, maldición, en Venezuela perdiste la batalla cultural y ni siquiera te enteraste. Los comunistas te invadieron, estás invadido hasta la médula, y si te lo grito tampoco te vas a enterar, y eres un tonto útil cuando ni te pones de acuerdo tan siquiera para apropiarte de tu propia arepa. Ni pensar para lo que quedó el petróleo que ya tiraste al caño de la miseria histórica en la que se sumergió tu país.

Bien por ti si te enteraste de mi conclusión y no estás con un "peeero" largo, pajúo, entre sien y sien mientras me lees.  Mientras el venezolano se decide si hacer o no de la arepa, o la cachapa o el casabe o la naiboa un baluarte de su cultura general y arrebatárselo a cualquier otro en el mundo y venderlo, por dios, venderlo y ganar dinero por ello, vengo yo y se lo digo de otra forma: o se apropian del nombre de la arepa y lo comercializan y hacen Arepa©  o Arepa™ o Arepa®, alguien vendrá y se comerá las ganancias. Por ahora uno consigue en Praga arepas congeladas hechas en Colombia. Una mierda.  Mi sueño: que las arepas vengan de Venezuela, gordas, flacas o listas para freír. Digo "mi sueño" porque quiero apelar a las emociones del lector venezolano como mi último recurso, porque de razones entiende mucho, es un astuto en todo, pero éstas no lo mueven nunca a la acción.

La gastronomía es uno de los tantos valores que define a la cultura general y si tienes muchas bacterias en ello, pues tu cultura estará enferma y comprometida. Si no se pone de acuerdo a toda la población en algo tan básico como lo son las costumbres y orígenes alimentarios, se estará condenado al fracaso, como así ha sucedido en Venezuela. Más ahora que la harina (Harina Pan le dicen) con la que se hace la arepa está siendo erradicada de la riqueza social y cultural de su país. Mientras en el mundo conocen los tamales, un bollo burdo, la hallaca permanece desconocida en las altas y bajas esferas gastronómicas. Mientras el mundo come Harina Pan hecha en EE.UU o Colombia, la gente de Venezuela debate cómo deben hacer la cola para comprarla, si de pie o rezando de rodillas para que el comunismo muestre su mejor cara de una buena vez. 

Eso, que se han dejado arrebatar los pocos valores y más ahora que tienen doble nacionalidad en un mismo territorio, lo que les duplica los problemas, porque duplica la cantidad de pajúos en ambos bandos nacionales; no os dáis de cuenta, como diría un español culto, que se han convertido en un país de gente obesa, aletargada por los carbohidratos y las fumigaciones de humo de los paleros; gente que se comió hasta su cultura general y creó otra nacionalidad porque el petróleo nunca les fue suficiente para sostener la que ya tenían. Es un país feliz, decían, con el chiste oportuno en la flor de solapa y chorrito de agua, que van por el mundo con sonrisa fácil, desapreciándose a sí mismos.

Repito mi dos, para que no te pierdas en esta parte que no va de tetas, regresé a un país que ha extraviado su cultura general, su cultura gastronómica, sus valores y se dejó meter otra nacionalidad. Eso lo intentaré resumir en la siguiente parte.

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* Perdonen la generalización, no es mía, es un nombre que bien puede servirle a un paquistaní, sirio, árabe, indio, etc, que sea dueño de un comercio.

** Una combinación de ladino, taimado, tonto, chismoso, hablador, pendejo, ignorante y necio.

*** A donde voy, lo primero que hago es hacerme con una máquina expresa pequeña.

Abril 04, 2016