domingo, 26 de julio de 2015

Para nacer hay que romper un mundo, o dos - Oxxana

Damos la bienvenida a Oxxana, venezolana radicada en Canadá, quien nos narra su emotiva experiencia como emigrante.


«He aprendido de los países en los que me ha tocado vivir. No de los gobiernos, porque de ellos no se aprende nunca nada, mas sí de la gente. Es como un fenómeno de ósmosis, dar y recibir. Trato de dar lo mejor de mí, para reconciliarme con mi gentilicio y no crean que todos los venezolanos somos la degradación en la que nos han convertido los invasores que nos han depredado el alma y nos dejaron irreconocibles».
 
 
Imagen cedida por Oxxana
 
Keyla apareció un día y me invitó a escribir en su blog algo sobre el exilio.

Después de un año fuera de Venezuela fui tranquila, con mis fantasmas dormidos, a darle un vistazo al blog, a leer lo que escribían los venezolanos que se han ido.

Sólo pude leer dos. No lo resistí.

A medida que le leía sentía revivir lo que creía superado, como las heridas que crees curadas hasta que las tocas y te das cuenta que no. Me había prometido a mí misma no regodearme más en el morbo de las separaciones y los adioses. Había que afrontarlos y ya.

Pero la mente no funciona así. Quedaba algo pendiente, suspendido, que las exigencias de lo cotidiano me ayudaban a evadir. Y lo agradecía. No quería extrañar a nadie ni llorar más. Tenía una tarea y la iba a cumplir, la tarea de reconstruirme a mí misma. Ya que no pude reconstruir el país me iba a reconstruir yo.

Sólo se reconstruye lo que está roto y yo lo estaba, nadie sabía cuanto. Ni yo.

Irme de Venezuela era una idea que me inculcaba mi familia diariamente. Pero no pasaba de ser eso, una idea a la que yo sabía esquivar hábilmente. No estaba preparada, tenía mucho que hacer, mis actividades políticas en el movimiento estudiantil y mi trabajo me mantenían en una vorágine que no me permitía ver más allá. Me puse en riesgo yo y a mi familia. Pero lo valía. Creía. Tenía fe. La mística del grupo me impulsaba y yo a ellos. No nos quitarían nuestro futuro. Invasores malparidos hijos de puta. Los muertos, sabía que los habría, en toda guerra los hay. Las traiciones, esas no. Esas no las sabía. Destruyen como la muerte pero peor porque te dejan viva para que las sufras y las aprendas.

Dice un vendedor de libros: el universo a veces conspira a tu favor. En medio de la decepción y luego de varias entrevistas a larga distancia en las que puse poco empeño e interés, un día tuve trabajo en Chile. La idea de irme me la convirtieron en realidad. No había tiempo para estar preparada, tenía que estarlo. No había tiempo para sentir ni para estar triste ni para mirar a los lados. Era ahora o nunca. Y fueron ambas: para algunas cosas fue “ahora” y para otras “nunca”.

Seis meses en Chile me dieron soledad y tranquilidad. Descubrí lo que ya intuía: Venezuela te entrena para sobrevivir en cualquier parte. Si superas a Venezuela, en un país normal eres un as. Lo digo sin arrogancia. Lo digo porque si eres profesional y te permiten desarrollarte, lo haces bien, seriamente, sin tratar de imponer tu idiosincrasia, terminan respetándote. Respeto, sí, eso sentí. Palabra que en Venezuela se perdió.

Luego me trasladaron a Canadá y aquí estoy. Desarraigada como siempre pero algo más feliz. A nadie le importa de dónde vienes ni qué has hecho antes. Un país extranjero no está diseñado para hacerlo a uno feliz. Está diseñado para hacer feliz a su gente, cuando mucho y con dificultades.

He aprendido de los países en los que me ha tocado vivir. No de los gobiernos, porque de ellos no se aprende nunca nada, mas sí de la gente. Es como un fenómeno de ósmosis, dar y recibir. Trato de dar lo mejor de mí, para reconciliarme con mi gentilicio y no crean que todos los venezolanos somos la degradación en la que nos han convertido los invasores que nos han depredado el alma y nos dejaron irreconocibles. Trato de reconciliarme conmigo misma por lo que dejé incompleto y perdí. No es fácil, tengo retrocesos, me culpo por cosas. Me perdono otra vez y en ese círculo vivo. Estoy parada de otra manera ante la vida, menos cínica, menos odiosa, me quiero más. Y por lo tanto a los demás también.

No desprecio a mi país. Desprecio a los que no lo han sabido querer, a los que lo han entregado sin escrúpulos ni moral.

Dice Hermann Hesse que para nacer hay que romper un mundo. Mi dificultad ha sido no querer romper nada y mantener dos mundos en mí, y como no me gustan las cosas fáciles alimento mi masoquismo contradiciendo  a Hesse. Hasta que aguante. Quiero regresar a Venezuela algún día, no como turista sino para quedarme. Esta vez me fui yo, alguna vez se irá el invasor. Tengo mucha vida por delante y a él se le está acabando. Vamos a ver quién gana al final.

En el exilio todo intento de arraigo se considera traición. Es el reconocimiento de la derrota. Esa es la herida que cuando toco me sigue doliendo. También lo estoy superando y lo descubrí gracias a Keyla que un día se apareció y me pidió que escribiera algo en su blog.-

2 comentarios:

  1. Lo dije en mi FB, escribiría un artículo con cada frase de Oxxana, me resultaron simplemente inspiradoras.

    La vivencia: esa que hace hablar con tanta autoridad.

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    1. A mí me sucedió algo similar a Oxxana. Me llevé muchas decepciones en el ámbito político. Me dediqué, de forma activa, a luchar por la democracia de Venezuela pero me estaba arriesgando demasiado. De hecho, me atrevo a decir que viví ocasiones en las que pude haber perdido la vida. La bofetada que me abrió los ojos, parece mentira, me la dio la gente que se supone, está del lado de mi acera. Desde ese momento, me volví completamente egoísta y aquí estoy: 6 años en otro país y viviendo.

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